domingo, 1 de abril de 2012

Enlatados de tu víscera





Recordé la mirada fija de María en el árbol de la plaza, mientras oía mis opiniones recordé su timidez, su primera huida (...) su forma profunda y melancólica de la razonar. Sentí que el amor anónimo que yo había alimentado durante años de soledad se había concentrado en María. << ¿Cómo podía pensar cosas tan absurdas>>. Traté de olvidar pero no pude. Suave locura. Temor. Alegría. Cuando me desperté comprendí que la casa del sueño era María. La llegada de la carta fue como la salida del sol, pero este sol era un sol negro, un sol, nocturno. El mar. La playa. Los caminos. Recuerdos de otros tiempos. Voces. Gritos. Largos silencios. Permanente y rabioso. Mía. <<Estás entre el mar y yo>>, allí no existía otro. ¡Ah, y sin embargo te maté!, y he sido yo quién te ha matado, yo que veía como a través de un muro de vidrio, sin poder tocarlo, tu rostro mudo y ansioso.
<<Te quiero María, te quiero, te quiero>>. No me importa lo que puedas hacerme, si no pudiera amarte moriría. Era ya muy tarde para ver su cara, pero reconocí su manera de caminar. Nos sentamos, le apreté un brazo y repetí su nombre insensatamente; muchas veces; no acertaba a decir otra cosa, mientras ella permanecía en silencio. Le tomé la cara con mi otra mano y la obligué a mirarme: estaba llorando silenciosamente. Mientras el fósforo se apagaba, vi sin embargo, como me miraba con ternura.


                    Ella dijo: claro que te quiero... ¿por qué hay que decir ciertas cosas?


Tuve una intuición, encendí rápidamente otro fósforo. Tal como había intuido el rostro de María sonreía, pero había estado sonriendo un décimo de segundo antes. Quedaba algo en tu cara. Rastros de una sonrisa.


                                ¿Y de qué podía sonreír? -volvió a decir María con dureza-


¿Por qué te vas? Le dije.


                                                  Temo que tampoco vos me entiendas


Me dio rabia.


                                     Imaginas que he sonreído -comentó María con sequedad-


A lo que le respondí: -Estoy seguro.


                                        Pues te equivocas y me duele infinitamente que hayas pensado
                                                                        eso -Dijo María-.




Me hizo sentar nuevamente y me acarició la cabeza como lo había hecho al comienzo. Tratando de forzarle garantías al amor. Todo lo que sucedía después parecía grosero o torpe. Cuando ella intuía que nos acercábamos al amor físico trataba de rehuirlo. No soy mejor que los monstruos que me rodean.


Tomado del Túnel de Ernesto Sabato.



sábado, 31 de marzo de 2012

Poema de la despedida


Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí...
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

Jose Angel Buesa